El linchamiento de la convivencia

Efectivamente: ya no hay noticias grises, se perdieron los matices, el blanco y el negro irrumpen con la voracidad de una tormenta, como formidables opuestos de la sinrazón. Con la posverdad y el juicio anticipado. O somos buenos o somos malos; ya no hay espacio para los términos medios.

Por Rodrigo Reyes Sangermani, magíster en Comunicaciones*

El invierno se dispersa cómodamente en el territorio de la república, las inciertas nubes arremolinadas amenazan de vez en cuando con una nueva lluvia concentrada de vientos y humedades en los techos de las casas; inundaciones en las calles, ríos que marchan por las ciudades reclamando su paso natural arrebatado por el pavimento. Días tristes, bufandas y abrigos que visten a los oficinistas, paraguas desechables por doquier a la venta en las esquinas, pendiendo de los quioscos como los plásticos que cubren los diarios de noticias en blanco y negro.

Efectivamente: ya no hay noticias grises, se perdieron los matices, el blanco y el negro irrumpen con la voracidad de una tormenta, como formidables opuestos de la sinrazón. Con la posverdad y el juicio anticipado. O somos buenos o somos malos; ya no hay espacio para los términos medios.

Si no colgamos a la ministra del poste más alto pareciera que los niños seguirán siendo violentados. Necesitamos culpables, criminales a quienes condenar, culpas que expiar. Al revés, si la ministra es culpable, se acaban los dramas; por fin se hace justicia, por fin se ve la luz al fondo del túnel para los miles de niños vulnerados no sólo por la precariedad de sus entornos familiares, sino sobre todo por la crueldad de una sociedad desigual que abandona a sus ciudadanos a sus propios esfuerzos, que los abandona a la suma de sus iniciativas individuales desprovistas de moral pública, ajenas a la caridad filosófica, surgida de la herencia de un apellido, de la educación de elite traspasada por generaciones para quienes pueden sólo merecer seguir instalados en el lugar que sus padres y abuelos y bisabuelos le dejaron.

No así los otros, los del campo emigrados a las pobres periferias de las ciudades pobres, a la marginalidad de un jornal a medio pagar, a la imposibilidad de controlar la natalidad de su propia descendencia. Y ahí están detenidos por sospecha, condenados por hurto, por robo con violencia, por microtráfico, por portonazo; estudiantes privilegiados de la escuela de la calle, aventajados postitulados de la universidad de la Cárcel, eméritos alumnos de los hogares del SENAME, abandonados a la suerte y voluntad de un frágil presupuesto estatal, de la misérrima subvención a las monjas, a la vieja casona de acogida que apenas remplaza la insuficiencia de su propio hogar transformado muchas veces en una pocilga de alcohol y drogas, el callejón atestado de muchachones sin rumbo. Niños precozmente transformados en adultos no sólo el Estado de la ministra en cuestión sino por el Estado de todos los ministros que hace décadas de gobiernos de un lado u otro han despriorizado temas urgentes con un frívolo desinterés. Lo vemos también en el abandono de una educación pública, laica e inclusiva; en la reinserción del que ha delinquido; en la soledad de los viejos pacientes sentados como débiles sacos en las bancas de madera en cualquier pasillo de un añoso hospital. Pero no, el cálculo político hace que la discusión se centre en cortar la cabeza de una ministra que, inocente o culpable de sus responsabilidades políticas y administrativas, es parte infinitesimal de un problema mayor del cual todos parecieran hacerse los locos.

El Gobierno la defiende a ultranza y la premia con una marmita de oro encontrada donde brota como fatal paradoja un destartalado arcoíris. Importan los culpables, importan lo inocentes; vana justicia la de los jueces cuando la muchedumbre de enarboladas banderas  populares sanciona lo verdadero de lo falso, mas sólo lo verdadero y lo falso en un mundo donde no hay espacio para los matices; o condenamos a la hoguera a los femicidas o somos femicidas cómplices, o guillotinamos la cabeza de la ministra o despreciamos a los niños vulnerables, o somos de la Nueva Mayoría o sólo queremos ser comparsa de la corruptela instalada socia-activa de los estertores de la dictadura.

Nadie entiende nada. Ahí Mayol tiene un  punto. Pero él tampoco… menos yo.  Se acabaron las gradaciones, las tonalidades multicolores, los grises y los plomizos que dan profundidad plástica a las formas; la noche es toda oscura y el día encandila. Quedamos ciegos de tanta oscuridad y de tanta luz, nos perdemos en el bosque de la vida, como si la vida fuera una respuesta binaria de la existencia. En fin por mucho que sea invierno, sabemos que antes del verano llegará la consagración de la primavera con su inmensa gama de flores, con la exaltación de las vibraciones lumínicas, con las aguas frescas serpenteando los campos, con los cantos de las hojas meciéndose al viento en un despliegue infinito y mágico de matices donde al final la vida sí tiene cabida.

*Director Ejecutivo de Chopazo Films y de Reyes Sangermani Comunicaciones Estratégicas Ltda., profesor de la Escuela de Administración de la U. Andrés Bello y crítico de jazz.

 

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