¡Despertar la utopía! (La Asamblea Constituyente eres tú / Parte II)

Daniel Ramirez, philosopheSe trata ni más ni menos de la oportunidad única de ponerse a pensar un país que contribuiría a abrir las puertas por ahora improbables de un mundo más humano. Ese es el sentido de la utopía. Debemos osar meter decididamente las manos de la imaginación en el caldo de cultivo de nuestro ardiente deseo de humanidad. La utopía no es lo imposible, es la falta de utopía que genera lo imposible; es la pérdida de los sueños, la renuncia, la resignación, que fabrican la servidumbre del presente y el cierre del futuro.

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía (La Sorbonne)

Los tiempos y los ritmos de la historia son imprevisibles. Lo que parecía casi imposible hace algunos meses comienza a ser evocado como necesario, se habla de “un proceso” que desembocará en una nueva constitución. Ahora bien, que ello sea por una Asamblea Constituyente, nos corresponde a nosotros hacerlo posible, como lo dije en un artículo precedente, comenzando desde ya a reflexionar y debatir (“La Asamblea Constituyente eres tú”, 9/03/2015). Y ciertamente, aunque se necesitarán especialistas y conocimientos, la inspiración filosófica de base debe venir del pueblo, de nosotros mismos. Me parece extremadamente importante que este proceso no sea realizado de prisa, ni abandonado a generalidades consensuales, dejando para futuras confrontaciones parlamentarias lo que debería ser la substancia. Tenemos el deber histórico de no farrearnos esta ocasión.

¿Que se juega en el fondo en esta nueva Constitución? Para mí lo más importante es que se trata una oportunidad única de despertar nuestro sentido de la utopía.

Una Constitución debe representar la sensibilidad y los deseos profundos de una mayoría de la población; al final ella será necesariamente el producto de negociaciones, muchos puntos no serán al gusto de todos, el resultado final no conservará las preferencias ni los sueños de todos. Justamente por eso, lo que se necesita en la preparación de un proceso constitucional es ir lo más lejos posible y con la mayor altura de miras. Debemos ser ambiciosos y atrevernos a expresar nuestros anhelos profundos. Es lo que yo llamo despertar nuestra capacidad de utopía. Vendrá el tiempo del consenso y de los ajustes, pero no hay que anticiparlo; lo que será ajustado y negociado, aquello a lo que tendremos que renunciar (¡y tendremos que renunciar a muchas cosas!) lo será teniendo en cuenta lo que habrá sido puesto en la mira, con altura y distancia, por nuestra capacidad de utopía. De lo contrario, se negociará entre las diferentes formas de lo “razonable” y lo “conveniente”, entre versiones de un pragmatismo resignado y conservador.

Una Constitución debe durar; no es algo que será revisado en un par de años. Hay que imaginar por lo menos veinte, por qué no treinta o cincuenta años. Pensar una Constitución es entonces imaginar el futuro. Pero imaginar el estado del mundo dentro de cincuenta años es prácticamente imposible, debido a la velocidad a la cual van los cambios en todas las sociedades. Lo vertiginoso y lo imprevisto son característicos de nuestra época de transiciones, crisis, descubrimientos, decadencias y renacimientos, olvidos e invenciones.

Se trata de la Constitución para nuestro país… ¿Por qué hablar del “estado del mundo”? Justamente porque lo que está en marcha, y ello no puede ser ignorado en un proceso constitucional, es un proceso de globalización extremadamente poderoso que nadie había previsto. No debemos pensarnos como si estuviéramos en un mundo aparte. Ni la más alta cordillera ni el océano ni el desierto nos aíslan del mundo globalizado. La economía y las finanzas transnacionales constituyen poderes tentaculares y sin rostro, encarnando una ideología superficial de riqueza material a corto plazo y de apariencia, generalizando implacablemente la sobreexplotación del trabajo humano y de los recursos naturales, la depredación y la degradación del mundo viviente, y poniendo en dificultad la soberanía de los poderes ilusorios de Estados endeudados o corruptos, sometidos a organismos de regulación serviles cuyo único fin es asegurar la perennidad del neoliberalismo mundial.

La política decepciona. Generaciones enteras han vivido afectadas por una especie de nostalgia de la utopía, de melancolía por la pérdida del deseo natural de toda juventud de cambiar el mundo.

Hoy en día esto afecta a todo el planeta. Los electorados se volatilizan; abstención, votos caprichosos, candidaturas fantoches e ideologías no demócratas se generalizan. Ello se explica en parte por el párrafo precedente: las élites políticas de los Estados-nación pasan su tiempo haciendo promesas que no pueden cumplir; las decisiones finales de todas las “nuevas mayorías” se parecen como dos gotas de agua tecnócrata en un océano de negocios.

Evidentemente la política defrauda, los pueblos no son idiotas. El resultado es el escepticismo, la pérdida de la credibilidad de las élites, el abandono de la participación y finalmente el conformismo. ¡La panacea para los poderes anónimos y sus servidores!, para los administradores de fortunas abstractas en sus paraísos artificiales, que gozan de un mundo donde todo está allí para apropiárselo, lo que además es legal, pues son ellos mismos o sus lacayos quienes hacen las leyes.

¡Es mucho lo que está en juego! No hay sitio para pequeños arreglos con la mediocridad ideológica. Si la hipocresía moral o la ceguera que permiten y se satisfacen de un mundo de desigualdades totalmente indecentes, donde incluso la esperanza de vida, gran criterio de la religión del progreso durante décadas, disminuye en vastas regiones del planeta, no habrá que extrañarse si el cinismo y la indiferencia de los pueblos se convierte en intolerancia, odio y violencia. El terreno y el abono están…

La situación mundial es tanto explosiva como implosiva: las sociedades puedes dejarse tentar por experiencias extremas, por la política de lo peor. La escasez de recursos como agua, alimentos o energía, la degradación de los ecosistemas y los cambios climáticos, la destrucción de economías tradicionales y el derrumbamiento de Estados, como se ve de alguna manera en México, Africa o en el Medio Oriente, envía al éxodo a millones de personas que se ven confrontadas a fronteras bien reales (¡la globalización no es para todos!), a nuevos muros de la vergüenza, a exilios y desarraigos dolorosos o mortales y a la pobreza más chocante. Mundos de placer y abundancia avecinan de manera obscena la miseria y el abandono; un nuevo tipo de parias golpean a las puertas protegidas de esas burbujas de confort y autosatisfacción, donde viven los antiguos y los nuevos privilegiados, en la ilusión de que todo eso puede durar. Mientras tanto, la globalización de la información y de las comunicaciones, de la transmisión casi instantánea de imágenes, textos, ideas y conocimientos, da acceso a elementos de comparación y pensamiento crítico, abre posibilidades de educación y emancipación, pero también crea espejismos de riquezas inaccesibles, divulga ideologías egoístas y superficiales, actitudes de “sálvese quien pueda”. Las dos tendencias coexisten.

Finalmente ¿Es posible otro mundo? ¿Otra globalización? Y en ese mundo en pleno proceso de transformaciones múltiples, ¿Otro país es posible?

Yo diría que actualmente, si “otro mundo es posible”, solo lo es porque aquí o allá otros países son todavía posibles. Y aún podemos imaginarlos.

La libertad consiste en dar origen a algo en el mundo tal como es, para que de alguna manera el mundo no sea tal como es. La libertad es la posibilidad de cambiar el mundo o no es nada. Y puesto que nos es dado por el momento, no de cambiar sino de imaginar un país futuro, por ningún motivo habría que privarse.

Se trata ni más ni menos de la oportunidad única de ponerse a pensar un país que contribuiría, con algunos otros, a abrir las puertas por ahora improbables de un mundo más humano. Ese es el sentido de la utopía. Debemos osar meter enérgica y decididamente las manos de la imaginación en el caldo de cultivo de nuestro ardiente deseo de humanidad. La utopía no es lo imposible, es la falta de utopía que genera lo imposible; es la pérdida de los sueños, la renuncia, la resignación, que fabrican la servidumbre del presente y el cierre del futuro.

Osar pensar un país respetuoso de la vida, los derechos humanoslos valores éticos; un Estado de democracia participativa real donde los elegidos estén allí para servir a un pueblo que los controla de cerca; un país en el cual los bienes fundamentales no sean apropiables ni utilizables para lucro, sino repartidos con equidad para el beneficio de todos; un Estado que proteja las riquezas naturales y las administre con justicia y sabiduría, respetando la naturaleza generosa, encaminándose hacia una manera armónica de vivir en medio de lo viviente y preservando las posibilidades de las generaciones futuras. Un país de educación y de cultura accesible a todos, donde las letras, las ciencias y las artes, la belleza y el saber, sean valoradas por su aporte humano y espiritual y no por sus potencialidades comerciales; un país donde las desigualdades aceptables sean solo aquellas que vayan en beneficio de los menos favorecidos; un país donde la tecnología y la invención estén al servicio de la realización humana de las personas y no de los negocios. Un país habitado por pueblos originarios y pueblos nuevos que se respetan, personas y culturas tolerantes y abiertas que se consideran mutuamente en la igualdad y en sus diferencias. Un país inserto en la hermandad de pueblos de un continente que tiende al acercamiento y la integración y no a la competencia, lejos del chovinismo heredado de épocas bélicas indignas; un país abierto a las culturas del mundo, una verdadera tierra de hospitalidad, una cultura de la no-violencia, una sociedad de paz y de justicia que no se someta a poderes fácticos ni a imperios financieros, obrando decididamente por la amistad entre los pueblos del mundo.

Estoy seguro que todos los lectores alguna vez han soñado un país así. Y luego, golpeados por la vida, o arrastrados por el torbellino de los tiempos, el trabajo y lo cotidiano, lo ha ido descartando, pensando que no será posible. Sé que es el caso de muchos de mis amigos. ¿Pero acaso vale la pena luchar por otra cosa?
Esta forma de imaginación política que llamo el “sentido de utopía” no tiene nada que ver con una fantasía descarriada ni con delirios de ciencia ficción. Ella debe ser acompañada de reflexión seria y conocimientos, pero sobre todo el sentido de la utopía exige un deseo de realidad, una pasión por el acto, una firme voluntad de encarnación.

Debemos beber de esa fuente preciosa y llegar a ese nivel exigente de nuestra creatividad que nos permite inventar cosas tal vez improbables pero posibles. Posibles porque deseables, porque el mundo que las acogería sería un mundo más amable. En el fondo, solo esta forma de amor hace visible y viable lo que aún no llega. ¡Es lo que más necesitamos! Esa especie de fluctuación cuántica que hace que en un momento preciso los sueños se transformen en proyectosy los proyectos se traduzcan en acciones. Es esa forma de amor, de energía engendradora, que hace que la libertad se haga real, acercando, en la infinidad de futuros contingentes, aquellos a los cuales, armados de un coraje juvenil y de “una ardiente paciencia”, habremos agregado la calidad particular de deseable, de ser nuestra elección, nuestra preferencia, nuestro camino. Ella nos permitirá ponernos en marcha hacia el futuro que merecemos y hacia el país que quisiéramos legar a nuestros hijos.

4 Comentarios
  1. Alejandro Lazo V. dice

    …gran texto Daniel..se trata justamente de esto, revitalizar el músculo de las voluntades que hacen la vida más allá de cada cual, siendo cada uno una mano entre miles que le damos forma a la vida en común. El ser humano es más humano cuando se adueña de su condición inteligente; pensarse a si mismo en el conjunto de la acción, en la acción conjunta por un sueño merecido y posible, una realidad conocida en ámbitos limitados, pero con intrínseca vocación colectiva..la maravillosa suma de las individualidades que aprenden a compartir un sentido, una honestidad…Gracias amigo querido! Lo compartiré por supuesto!!

  2. Juan Eduardo Rodriguez dice

    Estoy muy de acuerdo con algunas de tus proposiciones, sobre todo en la necesidad de establecer principios de base para una utopía «realista» (el adjetivo es mío).
    Construír un país pacífico, fraternal,igualitario, justo y solidario, necesita abrir un sinnùmero de puertas (y cerrar otras)
    Pero no existe una cosntitución sin esos principios bàsicos que deberían establecerse como un reparo permanente…»Liberté, Égalité, Fraternité» en Francia, a pesar de que estàn a maltraer deberían servir y a veces sirven para recordar que antes que las leyes que se pueden modificar estàn los principios inalterables que nos hacen ser parte de una sociedad.

  3. Gloria Elgueta dice

    Muy bueno el texto. Es interesante en esta discusión actualmente en curso, conocer lo que otros han pensado. Aquí está la versión completa de la Constitución política elaborada bajo el gobierno de Allende y que iba a ser plebiscitada.
    Entre sus objetivos: «crear una sociedad fundada en la libertad, la igualdad, la solidaridad y la justicia, en que se asegure el desarrollo integral y digno de la personalidad humana como consecuencia del dominio y goce comunes de los recursos naturales y bienes de producción fundamentales, y del término de la explotación del hombre por
    el hombre.
    Todo el poder reside en el pueblo (…). Todo aquel a quien el pueblo ha confiado representación o autoridad responde de los actos que ejecute»
    http://www.sangriaeditora.com
    SANGRIAEDITORA.COM

  4. Cristian Martinez dice

    Excelente artîculo Daniel…confieso que a veces dejo que la utopîa se apague en mi…pero tu artîculo me recuerda que sin ella ….simplemente no se puede existir …gracias !!!

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