Aborto: ¿sí o no?

Daniel Ramirez, philosopheUna ley de aborto debe ser muy bien trabajada y, difícilmente, podría llegar a ser un derecho incondicional, dependiendo exclusivamente de la voluntad de una persona. Un debate necesario. (Nota de portada de la edición 237 de El Periodista)

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía (La Sorbonne)

Es evidente que este tema no puede ser tratado con ligereza ni llegar a una solución con la cual todo el mundo se ponga de acuerdo. Lo primero es no confundir el pensamiento ético con esta o aquella posición militante; se trata antes que nada de aclarar las situaciones, distinguir los problemas y comprender las posiciones.

El acto de impedir que un embrión prosiga su desarrollo, extrayéndolo del útero materno es una práctica generalizada en el mundo. Se trata de una decisión dolorosa, de un acto intrusivo y violento, que en general deja huellas en el psiquismo de la mujer y en la relación de pareja, cuando la hay.

El aborto preventivo o “terapéutico”, en relación a un riesgo médico importante para la madre, es algo aceptado en la mayoría de los países del mundo. Pero hay que decir que la alternativa “salvar a la madre o al niño”, que ilustra la literatura del siglo XIX, es una situación bastante escasa actualmente, debido a los avances de la medicina. La ética médica está en general perfectamente habilitada para tratar estos casos rarísimos, que no necesitan una ley.

Diferente es el aborto por malformación o enfermedad importante en el feto, detectada tempranamente por exámenes que por cierto son cada vez más precisos, en el cual se trata de evitar una vida humana que tendrá hándicaps importantes. Ello plantea un problema ético adicional: ¿qué grado de discapacidad estamos dispuestos a aceptar en la sociedad? ¿No tendrá esta práctica una tendencia al “eugenismo”, que permitirá a la larga que solo bebés en perfecta salud sean aceptados? Si casi todo el mundo coincidirá –salvo algunos religiosos– en que alguien que naciera paralizado y ciego, carente de todos sus miembros o con una malformación cerebral grave, más valdría que no viviera, pues probablemente sería una vida llena de sufrimientos y carente de casi todo lo que constituye la realización humana. Pero hay que asumir que ello implica que en casos de hándicaps menores, el problema es mucho más difícil y la ley no podrá dejar de poner límites, condiciones y procedimientos para evitar la tendencia al eugenismo antes mencionada. Si la miopía, un cierto grado de sordera o tendencia a la depresión, fueran detectables por un examen intrauterino, ¿qué haríamos? En las condiciones actuales de diagnóstico prenatal y abortos preventivos, por ejemplo, el genial pianista y compositor Michel Petrucciani, enfermo de “osteogenesis imperfecta”, nunca habría vivido. Probablemente la sordera genética de Beethoven también lo habría descalificado en la fase de “vida posible” y no tendríamos la más mínima idea de su obra.

Un último caso, considerado en ciertas legislaciones, es cuando el embarazo se produce a raíz de una violación.También bastante raro, simplemente porque por diversas razones, muy pocas violaciones terminan en embarazo. Pero existen. Y es totalmente humano que una mujer pueda decidir no proseguir una gestación originada en tal violencia, sabiendo que también es posible que una mujer pueda asumir que el ser que viene no tiene nada que ver con el crimen de su genitor. Lo cierto es que nadie debería imponer nada a una persona en esta situación.

Sin embargo, el problema de fondo parece ser otro. Las estadísticas, por cierto bastante vagas (¿acaso son fiables?), mencionan desde 40 mil a 160 mil casos de aborto al año en Chile (¿Cómo son posibles estas diferencias?), y por supuesto, sustancialmente no se trata de casos de enfermedades o violaciones. Supongamos que la cifra más baja fuera la cierta; se trata de todas maneras de una cantidad enorme.

¿Es razonable legislar SOLO para algunas decenas de estos casos y dejar el grueso del problema real del aborto en la situación de clandestinidad en la cual se encuentra actualmente? ¿No habrá allí una mezcla indigesta de hipocresía y cobardía?

Las organizaciones feministas y otros movimientos sociales por cierto reclaman una ley que autorice el aborto libre, simplemente voluntario, en virtud del derecho de la mujer de disponer de su propio cuerpo. La Iglesia y otras organizaciones “pro vida”, se oponen a cualquier forma de aborto en virtud de la idea del respeto de toda vida humana.

¿Será posible discutir con calma?

Una de las dificultades es que esta práctica está en general rodeada de secreto y de silencio. Muchos, sin que se sepa, han recurrido al aborto, incluso una parte de quienes se oponen, y lo viven en la culpa y la contradicción. Al momento de debatir seriamente, falta serenidad y lucidez, a veces coraje, y un tema como este lo necesita. Y cuando falta la serenidad, las posiciones se crispan y las simplificaciones ocupan todo el espacio.

Por cierto, ¿Qué es una “vida humana”? No deberíamos hacer como si este problema filosófico no fuera importante, ya que es así como se llega a tratar el asunto como si fuera solo una batalla política entre gentes de avanzada y retrógrados.

En la ley francesa, por ejemplo, el embrión humano no tiene ningún status legal; no se ha querido nunca dárselo porque ello plantearía grandes dilemas a la ética y despertaría las polémicas acerca de la legitimidad del aborto, cosa que (casi) nadie querría. De la misma manera, los derechos de la persona humana –el primero es evidentemente el derecho a la vida– no se aplican más que al bebé ya nacido y no al que está por nacer. Pero el no pronunciarse sobre algo, por razones de sociedad, no resuelve el problema filosófico.

¿Qué sabemos y qué no sabemos?

Algo que parece evidente es que a los pocos días de la fecundación se trata aún de “un puñado de células”, este caso de “células madre” (que tienen la posibilidad de diferenciarse para construir órganos diversos, según el código genético) aun indiferenciadas. Pero ello no dura más que dos semanas. Todo lo que sigue, a partir de las primeras diferenciaciones es un proceso de aumento de la complejidad, aparición progresiva de miembros, órganos, sistema nervioso, cerebro, percepción. De manera ininterrumpida, “eso” que crece en el útero materno se parece cada vez más a un bebé humano, “ello” se va convirtiendo en “él” o “ella”. Por esa razón, hablar de “un puñado de células”, no tiene más que una validez efímera; y relativa, porque todos nosotros comenzamos por ser ese puñado de células.

Sabemos también cada vez mejor, porque también en estos dominios hay progreso, que la vida intrauterina es algo extremadamente rico en experiencias. La “haptonomía” y prácticas afines permiten el contacto afectivo y efectivo con el feto varios meses antes del nacimiento. El resultado es que ninguna pareja que practique estos métodos habla de “feto”, sino ya de bebé, hijo o hija. Una filiación afectiva se pone en marcha mucho antes del nacimiento.

¿Cuándo ocurre entonces que el “embrión” pasa a ser un “feto” y el feto, un “bebé”? Esto es lo que NO SABEMOS; siempre será algo totalmente indecidible y materia de simples convenciones de lenguaje. ¿Qué momento de la vida del feto es decisivo para atribuirle los derechos de la persona a la vida? Los criterios varían: ¿la aparición de la sensación? ¿La percepción de movimientos? ¿La consciencia? ¿La viabilidad?

Así, si se trata de la llamada “píldora del día después”, que impide la anidación en el útero, es fácil responder, se trata de un grupo de células indiferenciadas. Se argumenta que ellas contienen sin embargo el patrimonio genético completo de un individuo humano. Pero un ser potencial no es un ser sino un ser humano futuro posible. Se trata de otro problema metafísico: ¿los seres potenciales son “algo”? ¿Pueden tener derechos? Parece una idea muy abstracta. Sin embargo, nadie pasa del estatus de “ser potencial” al de ser efectivo de un día para otro. Se trata en realidad de seres humanos en devenir, o de cuerpos humanos deviniendo seres humanos. Los términos empleados son importantes, pero en realidad ninguna expresión es enteramente satisfactoria ni resuelve completamente el problema.

Hablamos aquí del misterio del origen de toda vida humana y nada en este campo debe ser tomado a la ligera.

Sabemos que más o menos a los tres meses se trata de un cuerpo humano con casi todos sus órganos; aunque no podría vivir fuera del útero materno (no es aún viable) y por supuesto, no es aún una “persona”, si por ello entendemos una consciencia de sí, que puede comunicar, hacer proyectos, asumir responsabilidades. Solo que muchos individuos pueden considerarse incapaces de todo ello, por senilidad avanzada, estado de coma u otros casos médicos. Y nadie pretende que porque no sean, de esa manera, “personas”, no se debería proteger sus derechos.

Debemos resistir a la tentación de afrontar los dilemas morales con simplificaciones, aunque ello sea una costumbre muy arraigada.

Un argumento (ejemplo de simplificación) conocido, incluso aparentemente compartido por un reputado científico, Humberto Maturana, dice que un ser humano se crea en el amor que desarrollan por el futuro bebé los padres, en el que el deseo de tener un hijo y en un “proyecto parental”. “Si uno quiere defender la vida ni siquiera debería tomar antibióticos, porque las bacterias son seres vivos. (…) Y un embrión no es un ser humano. El ser humano surge en el momento en que se establece la relación amorosa entre la madre y ese ser que está creciendo en ella. Si esa relación no se establece, no hay ser humano”, dijo a La Tercera en 1994.

Ello muestra que los científicos no tienen más sentido común que el común de los mortales. Por cierto se trata de la vida y la muerte, lo que no es un asunto (solo) de científicos. De esa manera, un feto no deseado no constituye un ser humano (¡!). Argumento no solo absurdo sino bastante increíble, ya que todo el mundo conoce casos de huérfanos o bebés abandonados, para los cuales no hubo ni amor, ni entorno afectivo, ni proyecto parental alguno. Y sin embargo, muchos de ellos fueron adoptados, se desarrollan normalmente y pueden llevar una vida humana, con sus problemas, por cierto, como todos. ¿Quién puede atribuirse seriamente la autoridad de decir que allí hay o no un ser humano? ¿Cómo entender que el estatus ontológico, el ser o no ser un ser humano, el pasar de ser “algo” a “alguien”, dependa enteramente del deseo de otro?

Ahora bien, ¿qué pensar de la expresión: “El derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo”? Esta idea viene de Simone de Beauvoir y la frase bastante espectacular: “El embarazo es un drama que se juega en la mujer entre ella y sí misma… el feto es una parte de su cuerpo es un parásito que la explota, ella lo posee y es poseída por él…”. (Le Deuxième Sexe, 1949, II, p. 307).

Es verdad que todo ello ocurre al interior del cuerpo de una mujer. Pero es también evidente que el feto no está EN el cuerpo de la mujer de la misma manera que lo está su riñón o su apéndice. Se trata de una parte muy especial del cuerpo de la mujer, que está destinada a ser cada vez menos una parte de su cuerpo hasta que sea enteramente OTRO CUERPO. No se puede tampoco decidir en qué momento este nuevo cuerpo humano pasa a ser otro ser humano, puesto que es evidente que ello se produce mucho antes del nacimiento, aunque el lazo umbilical y el albergue uterino sean algo de inmensa importancia. Por cierto, el lazo carnal con la madre se perpetúa durante los primeros meses, con o sin amamantamiento, incluso los primeros años. En los procesos de la vida todo es devenir gradual y continuidad. Por ello la dificultad de las definiciones, cuyo intento es separar y distinguir.

Es verdad que las transformaciones del embarazo solo las vivirá “en carne propia” la madre, y en este sentido ella sola tendría la posibilidad en última instancia, de decidir. Sin embargo, en el caso de un embarazo producido en el seno de una pareja, en la cual el padre acepte sus responsabilidades (¡y tales padres existen!), ¿no debería tomar el padre también una parte en la decisión, puesto que se trata de su posible futuro hijo?

El “derecho a disponer de su propio cuerpo”, no puede entonces más que por extensión metafórica convertirse en el derecho a interrumpir el desarrollo del cuerpo que su propio cuerpo alberga, sea cual sea el estatus de ese cuerpo, que sabemos por lo menos que es humano. Si nos negamos a entender que no se trata simplemente de “su propio cuerpo” sino de un cuerpo que mora temporalmente en su propio cuerpo, situación por la cual pasamos todos, es difícil entender ciertas cosas esenciales de la humanidad.

Ahora bien, ¿cuáles son las razones para abortar?

Principalmente –y una vez más, en la gran mayoría de casos no se trata ni de problemas médicos ni de violaciones– sino de un embarazo no deseado. La madre o a veces la pareja no se siente capaz o no desea en absoluto una maternidad en ese período de la vida. A veces se trata de embarazos inconfesables, de jóvenes que no pueden mostrar la realidad a sus padres o al sistema escolar. La hipocresía y la incomprensión de la sociedad tienen aquí mucho que ver y es lo primero que debería empezar a cambiar.También puede ocurrir que la pobreza y la precariedad bloqueen totalmente la idea de asumir una nueva maternidad.

¿Son suficientes esas razones?

Pueden serlo. La desesperación y la soledad, personas sin contexto familiar ni ayuda, de adolescentes inmaduras, enfermas o adictas, pueden llevar a considerar como imposible una maternidad. La sociedad no tiene derecho a imponerle a nadie algo que vivirá como una gran desgracia. Lo terrible es que aquello mismo que alguien vivirá como una desgracia es considerado como una bendición por muchos otros o incluso la misma persona en otro momento de su vida.

¿Pero si lo que está en juego es más bien un proyecto personal? ¿Si se trata de estudios, viajes, una pérdida de bienestar, incluso una pérdida de libertad y de confort? Todos conocemos personas que razonan con un cierto nivel de superficialidad. Por ello una ley de aborto debe ser muy bien trabajada, y difícilmente podría llegar a ser un derecho incondicional, dependiendo exclusivamente de la voluntad de una persona, a menos de correr el riesgo que se convierta en algo banal, un procedimiento de contracepción entre otros…

Cuando se legisló en Francia (Ley presentada por Simone Veil, ministro de la salud, y aprobada en 1975), el argumento decisivo fue el siguiente: los abortos clandestinos (¡decenas de miles!), en pésimas condiciones, daban lugar a innumerables problemas médicos, infecciones, esterilidad, incluidas muchas muertes. Se trataba de una verdadera emergencia de salud pública. En ética ello se llama argumento del “mal menor”. El aborto es algo grave y doloroso, pero autorizarlo permite prevenir una innombrable cadena de males y desgracias peores. También en Canadá el argumento fue ese. La Canadian Royal Comisión of the Status of Women, consideró que “una ley que tiene más efectos negativos que positivos es una mala ley (…) mientras exista en su forma actual, miles de mujeres la violarán”. Sin embargo, un “mal menor” nunca puede convertirse en un bien.

El hecho es que los ricos podían ir al extranjero a practicar el aborto en buenas condiciones, como ocurre en todos los países en los que hay prohibición.

El segundo argumento es entonces de justicia social: se trata de algo que personas de todas las clases sociales practican, pero solo las clases acomodadas pueden hacerlo en buenas condiciones. Es un problema de igualdad: los derechos deben ser los mismos para todos.

Me parece que son los únicos argumentos serios para proponer una que incluya el aborto sin apellido (no solo de excepción: violaciones, enfermedades), que por cierto es la única ley que valdría la pena. Para ello, varias condiciones son necesarias. Mencionemos tres:

1) Que un estudio serio sea hecho previamente sobre la práctica real del aborto clandestino y de sus consecuencias: cuantos son realmente, cuantas muertes, cuales secuelas… No se debe opinar y discutir sin informaciones seguras.

2) Que una educación sexual vasta y competente, sin complejos, eufemismos ni mojigatería, sea accesible a la totalidad de los niños del país, incluyendo para los adolescentes una formación al uso de métodos anticonceptivos. Prevenir es siempre preferible.

3) Que una ayuda real y seria, tanto material como psicológica, administrada por trabajadores sociales capacitados, sea puesta a disposición de las jóvenes madres solas, permitiendo entre otras cosas la continuación de la escolaridad o estudios.

La sexualidad y las prácticas amorosas, que ciertamente son un derecho, deberían contribuir a la realización personal de los jóvenes y no ser una amenaza, vividas en secreto y en la angustia. Pero el lenguaje de los derechos (derechos humanos, derechos de la mujer, etc.) debería ser utilizado con circunspección. Por ello, entre la autorización y la despenalización, la opción es bastante sutil y las palabras utilizadas serán decisivas para el carácter ético de la posible ley. Una cosa son las consignas de una batalla política, normales en democracia; otra cosa es la realidad humana que una sociedad está dispuesta a aceptar. Y las leyes no se pueden cambiar cada dos años.

Un último aspecto me parece importante de subrayar: Las creencias de todos tienen derecho a expresarse y no deberían ser inmediatamente catalogadas ni de “reaccionarias”, “retrógradas”, “hipócritas”, las unas, ni de “insensibles”, y menos aún “asesinas”, las otras.

Si bien puede haber hipocresía, mentira o insensibilidad, es seguro que algunos piensan sinceramente que se trata de vidas humanas y que merecen llegar a término, sea cuales fueran las circunstancias, ya que el derecho a la vida prima y condiciona los otros. Pero la sociedad es civil y plural, las opiniones religiosas son respetables pero no hay ninguna razón por la cual pesen más que otras opiniones. Por ello, estas personas, y las instituciones en las cuales se reconocen, no deberían de ninguna manera impedir que quienes piensan de otra manera actúen en consecuencia y puedan practicar el aborto en condiciones decente, si no tienen otra opción de vida aceptable en su situación existencial. La sociedad será por cierto en gran parte responsable de no haberles dado otras opciones. Pero evidentementenadie estará obligado a hacerlo y se trata de un acto que no debería jamás llegar a ser banal.

Solo una sociedad humana y políticamente madura podrá realizar el debate necesario en buenas condiciones y construirá una ley justa y éticamente aceptable. Esperemos que la democracia chilena lo merezca y sea capaz.

2 Comentarios
  1. hernan dice

    El producto de la concepción en ningún momento es ‘parte del cuerpo de la mujer’, pues genéticamente posee material de ambos padres. La mujer podría decir ‘soy dueña de mis ovarios’ y decidir castrarse (más lógico sería ligar las trompas, en el hombre los conductos); pero ello también debe reflexionarse. Los seres humanos no son entelequias de libertad absoluta; son SERES SOCIALES. El sexo y la reproducción son problemas básicos, vitales de la sociedad. Las sociedades humanas al dejar la animalidad, establecen normas sexuales y de reproducción estrictas. Así como una célula del cuerpo, por ejemplo un glóbulo blanco, no puede decidir su futuro independiente sin transformarse en CANCER.

  2. Milena Melig dice

    Agradezco una vez más esta reflexión llena de humanidad. Los problemas complejos que el asunto plantea son todos tratados de manera franca. Son muchas las interrogantes que se pueden plantear. Siempre que discuto con amigas feministas, lo que surge de inmediato es lo que se plantea aquí, “el derecho de disponer de su propio cuerpo”. Si he entendido bien, Daniel plantea una distinción muy útil, entre lo que ocurre “en un cuerpo” y lo que es “del cuerpo”. Así, es evidente que el embarazo ocurre “en el cuerpo” de la mujer, yo diría que también ocurre “al cuerpo”, pero no se puede decir que todo eso que ocurre sea “del cuerpo” de la mujer, puesto que es el comienzo de la formación y luego el crecimiento de un cuerpo al interior de otro.
    La manera como es explicado el hecho que aun no sea una persona humana, pero que se trata de un cuerpo humano, al mismo tiempo desdramatiza el asunto pero nos alerta contra una solución un tanto fácil, que sería considerar el cuerpo del feto como una parte del cuerpo de la mujer, en cuyo caso podría ser comparado con el hígado, el apéndice o la vesícula, lo cual, todas sabemos perfectamente que no es así.
    Daniel se manifiesta por una ley de aborto voluntario por razones de salud pública (que merecen ser comprobadas: falta de estudios claros) y de justicia, y al mismo tiempo nos alerta contra la banalización de este acto tan duro que si he entendido bien, permanece muy dudoso en el campo de la ética. Si se tiene en cuenta todo esto, es seguro que habrá que pensar mucho antes de lanzarse en una guerra ideológica que produzca una ley hecha a la rápida.
    Una reflexión muy profunda y valiente, porque la norma en estos temas es que todos están seguros de lo que piensan. Por ello me parece muy importante también el párrafo en el que Daniel pide que se consideren todas las posiciones como legítimas y que no se caricaturicen en un debate intolerante y violento.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.