Venezuela: extracto del libro que indaga sobre el destino del chavismo

chavezEl periodista Modesto Emilio Guerrero es una de las voces más requeridas y escuchadas para hablar de la revolución bolivariana y del fallecido Hugo Chávez. En esta oportunidad reproducimos algunos párrafos de su último libro, «Una revuelta de ricos: crisis y destino del chavismo”, en el que analiza la actual crisis venezolana, las revueltas y el futuro del chavismo. Explica, además, las bases del poder del movimiento bolivariano y el rol de los militares.

La ecuación chavista no era comprensible sin estos tres factores: a) la presencia sobredeterminante del líder, b) el partido militar, y c) el activo movimiento social bolivariano que lo sostiene. Desde hace dos años, aproximadamente, esa ecuación comenzó a modificarse. Desde el 5 de marzo de 2013 no sólo se volvió oficial el cambio, también se aceleró la modificación de la ecuación institucional.

En ese nuevo contexto, el movimiento bolivariano pierde espacio frente a las dos instituciones fundamentales que le dan base al nuevo sistema político en proceso de construcción. La designación del sociólogo militante, Reynaldo Iturriza, al frente del Ministerio de las Comunas, siendo un signo alentador para muchos en el movimiento, es muy limitada dentro del cuadro dominante de una institucionalidad cada vez más alejada del movimiento. El llamado poder popular no determina nada en el nuevo poder post Chávez.

En la ecuación del chavismo no figuran la burocracia sindical ni el partido político como eje del Estado. Sus pesos son altamente relativizados por el aparato de Estado, sobre todo por PDVSA y Presidencia. Aunque el PSUV es el aparato que permite ganar las elecciones, no es una columna central de poder, en el sentido que lo fueron el PRI en México, el PJ en Argentina o lo es el PC en Cuba. Su función como la maquinaria electoral del gobierno, la limitó en sus funciones estatales. Esto es más visible en la ciudad capital; en muchas provincias, el PSUV es el factor decisivo del poder regional, pero no modifica la definición general sobre el régimen. Lo que vale para el PSUV, se multiplica para la central obrera oficialista, la Central Socialista Bolivariana de los Trabajadores y las Trabajadoras.

En esa combinación nace un factor de discontinuidad del chavismo respecto de sus precedentes en la historia de los movimientos antiimperialistas. No es una reedición actualizada del peronismo, y menos del priato mexicano, o del torrijismo, el cardenismo, el velasquismo, el ibañismo, el emenerrismno boliviano y el varguismo brasileño. Menos del castrismo en la Cuba revolucionaria.

Quince años de muestra en el escenario convulsionado del proceso revolucionario venezolano indican las diferencias, a pesar de que el chavismo no puede despegarse de la naturaleza de todos los movimientos nacionales previos. Todos estuvieron determinados por su relación con el imperio dominante, algún tipo de oligarquía en el sistema de propiedad del capital y condicionados por un momento particular del mercado mundial del que depende el Estado-nación. Incluso, podemos agregar que en el chavismo también está presente la intención de gobernar con un sector de la burguesía local, bajo la creencia de que es nacional y comparte la necesidad de desarrollar un mercado interno fuerte.

En esa combinación particular, lo que define al gobierno, desde el 15 de abril de 2002 hasta nuevo aviso, es su carácter independiente de la burguesía y del imperialismo. Esa realidad interior es la que reflejó Nicolás Maduro el 9 de abril cuando le respondió a Lula Da Silva que a Venezuela la gobierna “…una coalición de partidos de izquierda, movimientos sindicales, obreros, campesinos y sexo-diversos”. Aunque estos movimientos no tienen expresión institucional, de poder, es cierto que en este no están presentes los representantes de la burguesía. No en forma directa.

Las presiones externas e internas para ir a un cogobierno con la burguesía y la presencia marginal de la llamada boliburguesía, no han sido suficientes, hasta ahora, para modificar el carácter específico del sistema político y del gobierno. Esta definición no determina, por supuesto, la naturaleza del Estado, que no depende sólo de las instituciones o las personas concretas en las funciones, sino del tipo de propiedad dominante. En esta última medida Venezuela sigue siendo una sociedad capitalista, con un Estado capitalista.

Esta combinación, a menudo descuidada en los análisis de buena parte de la izquierda, es básica para definir la transición que vive Venezuela entre el régimen político construido alrededor de la figura carismática de Hugo Chávez y el que administra Nicolás Maduro en medio de fuertes estremecimientos.

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Después del líder, antes del partido militar. Desde los años de convalecencia de Chávez hasta el final del primer año de gobierno de Nicolás Maduro, en América latina, Europa mediterránea y Estados Unidos, se habla de una salida militar en Venezuela. Han circulado centenas de escritos, reportajes y opiniones que relacionan la ausencia del líder con una sola opción: el partido militar. El tercer factor en la ecuación, el movimiento, fue subvalorado o simplemente ignorado. Sin embargo, la relación tensional entre los tres ha sido, hasta ahora, de suficiente peso como para que la crisis no la resuelva el partido militar por su sola cuenta y cargo.

Eso no disminuye su peso mayor en la ecuación del chavismo post Chávez, pero tampoco se puede afirmar que funciona sola, por lo menos en la realidad venezolana. En muy buena medida, esa tensión es lo que reflejan las palabras del presidente Nicolás Maduro en respuesta a Lula, el 9 de abril de 2014.

El apresamiento de tres altos oficiales de la Fuerza Aérea, el 25 de marzo de 2014, y la participación de ex coroneles y generales del Ejército en las barricadas de abril 2013 y este año, parecen abonar a la idea difundida de que en Venezuela todo depende del partido militar. Antes en relación con el líder, ahora por su peso superior, decisivo, al lado de un gobierno más débil.

Un adelanto de eso apareció en la prensa internacional el sábado 23 de febrero de 2013 en los mentideros caraqueños. La versión fue que el ministro de la Defensa les habría hecho un planteo militar al entonces vicepresidente Maduro y a su equipo gobernante, porque entre él, Diosdado Cabello y el ministro Jorge Arreaza, yerno del líder, tenían secuestrada toda la información sobre la gravedad de la salud presidencial. Aquel reclamo habría disparado inquietud en Fuerte Tiuna, la mayor guarnición de Caracas, donde reside el Estado Mayor.

El rumor fue confirmado posteriormente, y en su momento bien aprovechado por medios enemigos del gobierno para titular sus informes. Insistían en la inevitabilidad del golpe del partido militar. Esa misma semana de febrero corrieron por las redes sociales y los celulares las preguntas y las dudas, como la polvareda después de una estampida. Una de esas dudas llegó hasta nuestros celulares en Buenos Aires y decía: “Se habla de preparativo de golpe, pero no de la derecha”. Nadie humano se hacía responsable como emisor. Sin embargo, ese mensaje no estaba solo ni era el producto de un delirante. En medio de los cambios violentos que vivió la sociedad venezolana en los meses que condujeron a la elección de Maduro, hablar de la solución militar a la crisis de la transición era normal.

El resultado ha desmentido por más de un año la condena bíblica de un partido militar actuando solo en la vida política venezolana.

El propio gobierno se encargó de agregar un dato fundamental para comprender las modificaciones que vivía la ecuación política del movimiento chavista. El 5 de marzo de 2013, casi dos horas antes del anuncio del deceso presidencial, Nicolás Maduro usó por primera vez la frase-concepto “Dirección Política Militar del Gobierno” para definir el gobierno que surgía ese día funesto. Fue en la conferencia de prensa de las 2 de la tarde, con todo el poder político, social y militar presentes en la pantalla. Menos uno: las organizaciones del poder popular.

Aquella expresión adquirió valor de novedad absoluta en el discurso e indicaba un cambio en el rumbo de la transición y el armado de la nueva gobernabilidad. A falta del hombre que contenía al poder institucional y el militar juntos en su sola existencia, se estaba conformando una dirección compartida.

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El Primer Congreso del PSUV, a realizarse en junio de 2014, permitirá despejar dudas y confirmar pronósticos sobre las nuevas combinaciones del poder en una realidad tan cambiante como la de Venezuela. Es difícil que un organismo partidario tan debilitado, a pesar de sus más de seis millones de afiliados, pueda ejercer un rol central en la actual situación venezolana, pero tampoco se puede descartar por adelantado. Sobre todo si dentro del movimiento, en sus expresiones de poder social, popular, no surge una alternativa superadora al PSUV.

En todo caso, desde hace más de un año estamos en presencia de una reconformación del sistema político chavista, que afectará al conjunto de la sociedad y jugará un rol distinto en el curso del proceso revolucionario en marcha.

El desarrollo de la actual transición política despierta pronósticos que van de los más tradicionales a lo más novedoso y desconocido. El chavismo no tiene su final escrito en algún manual de historia latinoamericana. Eso es cierto en buena medida, pero toda medida tiene su límite. Aquí el límite está en el movimiento bolivariano y su vanguardia y en la situación del propio gobierno, el punto más débil en la transición.

La clave en la actual transición radica en que ninguno de los factores de la ecuación chavista tiene autonomía absoluta. El factor más consolidado es el partido militar, pero antes de asumirse como el garante del orden nacional, deberá resolver sus propias contradicciones y lograr entre sus cuadros una sola opinión. Ellas contienen incertidumbre a derecha e izquierda, debido al grado de politización de la fuerza.

La transformación político-cultural de la FANB dio base a tres corrientes de opinión chavista dentro de ella. Una puede ser definida como de izquierda, de ideología socialista difusa. Son muchos los cuadros militares activos que se confiesan marxistas o tributarios de esa opción y tratan de actuar en consecuencia. Convive con otras dos corrientes. La llamada “institucionalista”, a la que podemos definir así por su tendencia a considerar que la Presidencia debe estar en manos de alguien de la institución castrense. Se nutre en la creencia según la cual todo comenzó con la rebelión militar del 4 de febrero de 1992, y no con la insurrección de Caracas de 1989. Esta ideología, digamos “militarista”, apareció alrededor del año 2004 en los propios discursos presidenciales. A nadie en su sano juicio se le ocurre pensar que una es más importante que la otra, como si fuera posible separarlas dentro del proceso político venezolano. En abril del año pasado, muchos militares decidieron no votar por Nicolás Maduro.

En distintas medidas, las tres corrientes mantienen buenas relaciones con los movimientos bolivarianos, sindicatos y consejos comunales, y con parte de la vanguardia militante más radicalizada. Otro elemento fundamental a considerar una previsión en la FANB, es la permanente presión dislocante que mantiene el imperialismo contra el país, las amenazas militaristas siempre latentes desde el gobierno de Colombia y el Comando Sur, y la presencia de grupos paramilitares manejados por la Fundación Uribe y agrupaciones de Miami. Estos aspectos activan efectos defensivos antiimperialistas al interior de los cuadros y los soldados. El dato clave es la profunda “chavistización” (politización en el buen sentido) vivida entre ellos y en la Universidad de la Fuerza Armada, la UNEFA. No fue un hecho casual que los guarimberos de febrero y marzo de 2014 hayan descargado su odio, quemando 11 de sus planteles universitarios, asesinando a cinco guardias nacionales bolivarianos e hiriendo a más de 50 entre febrero y marzo. La nueva derecha violenta venezolana los llama “los aguacate”, por el color verde del uniforme, y en las grabaciones de audio cazadas por la inteligencia del gobierno, o escapadas entre los SMS enviados por ellos mismos, se puede leer que el precio por la vida de un “aguacate” es varias veces mayor al de formar una barricada o pegarle a un chavista de la calle.

Una señal de estas presiones sociales sobre la vida militar se pudo observar en las dos marchas realizadas por columnas militares, a comienzos de marzo de 2014. Una la realizaron las tropas de la Guardia Nacional Bolivariana, la otra los estudiantes militares de la UNEFA. En ambas fue visible la presencia de la crisis nacional y sus presiones sobre la estructura militar bolivariana.

La institución vive un debate interno del alta progresividad. Ese debate tiene un techo. Todos los cambios políticos y culturales en la fuerza no cambiaron su naturaleza corporativa. El grado de unidad “cívico-militar” logrado y su apertura a la política no son suficientes para descartar brotes de intención bonapartista. Al contrario, abre esa posibilidad. Lo que afirmamos es que tal opción no aparece sola, ni adentro ni afuera de los cuarteles.

*Revista Veintitrés

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